La casa de mis bisabuelos en El Ciruelito de San Carlos

El 2 de abril de 2021 fuimos hasta El Ciruelito de San Carlos, la aldea que inició mi bisabuelo Lorenzo Pinto junto a mi bisabuela Gregoria Pino. A mi bisabuelo solo lo conocí por fotos; a la bisabuela Goya, sí la recuerdo de mis años de infancia y pubertad.

Dejamos los carros en la explanada frente a la casa de mis bisabuelos, hasta hace algunos pocos años, de mi tía abuela María, la menor de las hermanas de mi abuela.

Anduvimos casi hasta el final de los caminos recorridos de mi infancia; poco más allá de la casa de tía Filo, pero antes de las casas de tío Chiche y tío Lito. A través de un trillo, en bajada, llegamos hasta el río Corona; el río de nuestros baños de niños. Cuanta razón la de Heráclito de Efeso. Ni el río, ni sus aguas, ni nosotros éramos los mismos.

Sin embargo, sus prístinas aguas siempre ejercerán similar atracción para los más pequeños en la familia, ahora mis nietos. Quedamos, ellos y yo, metidos en su cauce, sin chapotear, pero sí enseñando y aprendiendo: cómo moverse entre sus aguas —remontándolas y buscando las pequeñísimas caídas de agua—; identificando las piedras en las cuales apoyar los pies —ni resbaladizas ni inestables—; la conveniencia de las pisadas en el fondo de arenas, la atención con los recodos llenos de hojarasca sumergida y a flote; la observación y los cuidados con las piedras resbaladizas, cubiertas de algas, mucílagos, y cuántas otras criaturas microscópicas pudiésemos imaginarnos. Los lanzamientos de las piedrecitas planas sobre la superficie del agua buscando sus desplazamientos en saltos múltiples. No somos los mismos, pero aún podemos enseñar lo que aprendimos, con demostraciones prácticas.

En este corto espacio de tiempo he sentido el peso de las ausencias y el pesar por los que ya no están. Pero no es un pesar que pueda explicar o describir con facilidad. Es esta certeza de que la vida es un pestañeo, y que el tiempo que abarca es tan corto que ser consciente de ello es fundamental para disfrutarla. Somos todo y, a la vez, casi nada. Lo material se queda, nada de lo trabajado y ganado al trabajar nos acompañará al trascender. Lo triste es que siempre habrá quienes se disputen los bienes que ha tenido o dejado el que se “va”, por poco o por mucho que sea.

—«En la mañana temprano pasamos varias veces frente a esta belleza de casa campestre»—. A mi amigo Eracles Pilides Olmedo le digo que, tristemente, se está cayendo de a poco, a una velocidad del trueno, poco después de visto el relámpago. La casita de nuestra tía María, cuántos recuerdos y tantos cuentos se guardan en ella.

—«No pueden hacer algo para arreglarla y mantenerla con esa fachada y seguir con sus buenos recuerdos?», me pregunta mi amiga Fidelia Rivas. Qué mas quisiera que se pudiera hacer algo! Pero allí es donde viene el tema de las disputas familiares.

La casa de mis bisabuelos Lorenzo Pinto y Gregoria Pino, y sus hijos; después, de tía María Pinto. Foto por: Eracles Pilides (2021)

Al mismo tiempo que pudiera ser de todos, preservándola y manteniéndola, hay quienes desean que solo les sea propia, y no para preservarla como patrimonio familiar, sino para venderla junto a los terrenos donde está ubicada. Estos -que son pocos-, no permiten que otros puedan hacer algo por repararla y conservarla.

Yo estoy en cuarta línea de sucesión (mis bisabuelos, mi abuela y sus hermanos -todos fallecidos a la fecha, mi madre, los hijos de mi madre)… Poco podemos hacer. Además, mi abuela se esforzó en enseñarnos que por tierras, sus descendientes, no debían hacer pelea; nos decía que ella -viviendo en la ruta obligada camino al cementerio de San Carlos- nunca vio pasar a algún carro fúnebre, con algún difunto rumbo al cementerio, que llevase alguna bolsa de tierra acompañándole.

—«Ay, qué pena!, mejor no dejar nada o repartir en vida para no pelear. La familia que, a veces, es intransigente».

Otros comentarios…

—«Buen día… aún recuerdo esa casa cuando paso por ahí. ¡Qué tiempos buenos!»

—«¡Tremendos recuerdos! ¡Como para regresar a aquellos tiempos de la infancia!»

Acerca de Marilyn Diéguez Pinto

Soy bióloga/ecóloga panameña, con raíces apuntaladas en mi Panamá campesina y mi España gallega; amante de la naturaleza; me gusta leer y escribir..., conocer y aprender cada día cosas nuevas... Estoy convencida que el conocimiento esta en todas partes, deseando "atraparnos" y ser atrapado... Entiendo que aprender es una de las cosas más divertidas del ser vivo...
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